lunes, 15 de diciembre de 2008

Por 30 monedas de plata


Por 30 monedas de plata, 30 cochinas monedas de plata, Judas vendió a Cristo, pero nunca cobró la recompensa. "Roma no paga a traidores". La avaricia, uno de los siete pecados capitales, golpea con dureza a los usureros. Vivimos tiempos sin reglas, sin moral, sin valores. Wall Street es una cueva de bandidos con corbata. Todos sufragamos su falta de escrúpulos con la amenaza de que si no lo hacemos el mundo será un lugar mucho peor. Pues que lo sea, es lo que nos merecemos. La ingeniería financiera, una cortina de humo para esconder sus fraudulentas actividades, entronca a estos miserables con la mejor tradición de Al Capone, Jimmy Hoffa o Lucky Luciano. La nueva mafia de Nueva York, que expande su metástasis por todo el mundo, construye su castillo de naipes para defender sus fortunas. Los directivos de AIG, la mayor aseguradora de EEUU, llevaron a la quiebra a millones de clientes con sus decisiones suicidas. El Gobierno de Bush salió al rescate con una inyección más propia de un país estalinista. Los brahamanes de AIG celebraron la llegada del dinero en el spa de un hotel de lujo, con señoritas untándoles chocolate por todo el cuerpo mientras comían caviar. Esa tarde se gastaron buena parte de la ayuda, que salió del bolsillo de los estadounidenses. Lehman Brothers, un banco que había resistido a la Gran Depresión y a dos guerras mundiales, no aguantó el envite. Mejor así. Cae porque merece caer.
Pero que nadie se engañe. Tan culpables como los bancos son aquellos que compraron pisos falsificando su nómina de 700 euros al mes, los que se creyeron la gran mentira: "Alquilar es tirar el dinero. Comprar un piso es invertir. Luego vendes ese y te compras otro más grande, y luego otro, y otro...". Así, hasta ser propietario del castillo del Conde Drácula. Siempre he entendido que la gente compraba pisos para vivir, como mis padres y mis abuelos antes que yo. Por eso nunca comprendí que no sólo especulara el ladrón de toda la vida, el alcalde de turno, el buscavidas sin estudios, el constructor sin escrúpulos del pueblo. Pero lo hicieron mi vecino, mi primo, mi amigo y hasta el tonto del pueblo, que compraron pisos a pares para hacer negocio, hundir a las familias que realmente los necesitaban y subieran el valor del aire hasta convertirlo en oro. Por eso digo que la crisis es necesaria, incluso aunque la sufran los que no deben. Todos somos culpables, los que cuentan las mentiras y los que se las creen. Por especuladores, por ladrones, por pasarnos de listos, por avariciosos, por caínes, por hijos de la gran puta.
Yo digo que la crisis mola. A cada cerdo le llega su sanmantín, se llame Botín o Maripuri, la vecina del tercero.
La foto del cerdito, metáfora del especulador arruinado, la hice en la legendaria cocina de Casa Lucio.

jueves, 4 de diciembre de 2008

El oficio de ver y contar


Vivimos tiempos low cost. Vuelos low cost, marcas blancas low cost en el supermercado, contratos low cost en las empresas y tarifas low cost en internet. Tenemos una sanidad low cost, también una educación low cost y, por qué no, un periodismo low cost. Resulta que un periódico on line de Pasadena (California) ha decidido despedir a toda su plantilla en EEUU y contratar a cinco personas en La India, por un precio ridículo, para que les redacten las noticias desde Bombay. Los tipos sólo cuentan con un ordenador para llamar, vía Skipe, a EEUU. Con una simple llamada al sheriff, al jefe de bomberos o a la policía pretenden contar las noticias como si estuvieran allí. Aunque es un caso aislado y extremo, es consecuencia de los tiempos que vivimos, y no hablo sólo de la deslocalización. Por eso se agradecen cada vez más los reportajes largos, con fotos realizadas 'in situ', sin ninguna prisa, con dedicación y en película en blanco y negro, como la vieja escuela. Me encantó el documental 'War photographer', que narra la forma de trabajar del gran James Natchwey, un ejemplo para los tiempos que vivimos, un tipo que vive su oficio con pasión, con una dedicación que roza lo kamikaze, que entiende su labor como un deber al prójimo. Su cámara es un ojo que nos muestra realidades ocultas, lugares donde nunca llegaríamos por nosotros mismos. Eso si que es periodismo, no lo que hacen estos de Pasadena, o lo que hacen muchos, todo el día frente al ordenador tirando de google.

lunes, 1 de diciembre de 2008

La frontera de los sueños


La mayoría de los sueños desaparecen rápido y sin dejar huella. El recuerdo se desvanece en pocos segundos. De una experiencia que parece real y vivida uno pasa a la rutina en pocos segundos. Abrir los ojos, sentarse en la cama, quitarse las legañas, la primera meada del día. Siempre así, como un robot. Da igual que se trate de un sueño placentero o de la peor de las pesadillas: cuando se cruza la frontera de la vigilia todo se esfuma.
Pero hay algo que perdura. Serán ya unas tres o cuatro veces que he soñado con un apartamento pequeño, moderno, para una sola persona. Es un espacio rectangular, estirado como la habitación de Van Gogh, con dormitorio, estudio mínimo y bajo. A veces también con cocina, pero eso no lo tengo tan claro. Hay un ordenador. Las paredes son blancas, sin decoración, sin ventana alguna. Aunque no siento sensación de agobio cuando estoy dentro, recuerda un poco a los ambientes agobiantes que Kafka describe en El proceso.
Alguien podría decir que se trata de una cárcel. El caso es que sueño con ese lugar de vez en cuando, incluso tengo vivencias dentro de él, a veces buenas, a veces malas, que cuando te levantas parecen recuerdos reales.
Es extraño, mientras lo demás se disipa la imagen de ese espacio perdura nítida. Incluso en mi cabeza algo me dice que viví en él un tiempo, a caballo entre mi estancia en la calle Colombia y el piso aquel de Avenida de América. Y parece real. A veces me pregunto cuantos meses estuve allí, en qué metro llegaba hasta él, como era la zona. Pero todo es nebuloso. Luego siempre me convenzo a mí mismo de que es mentira, que sólo puede ser un sueño puñetero que se pega a las paredes del cerebro, una anomalía de mi cabeza. Pero es jodidamente real.
La próxima vez que pase por allí intentaré hacerle una foto.

jueves, 27 de noviembre de 2008

De donde no se vuelve




He visto la exposición de Alberto García Alix en el Reina Sofía y me recordado la conversación que tuve con el, con la excusa de una entrevista, hace ya un par de años. Sus fotos de la movida, aquellas que le hicieron famoso, no me interesan lo más mínimo, ni la imagen que los medios proyectan de él. Me interesa él y su visión de la fotografía, la manera de contar su historia a través de lo que le rodea, a través de la mirada de los otros. Su dolor, la pérdida, sus miedos, sus deseos, los monstruos que habitan su cabeza, todo está en sus fotos. Los momentos felices y los tristes. Aquellos que quedaron atrás, los que una vez fueron amigos y ahora son enemigos irreconciliables. También su blanco y negro, material de sueños y pesadillas, más onírico que el color. Tomamos una cerveza en una terraza de Malasaña y recuerdo que me quedé sin cinta. Daba igual. La entrevista era lo de menos. El tipo se cabreó con una pregunta tonta sobre las motos, pero después me dijo que le había emocionado lo que, de la manera más sincera posible, le comenté sobre su trabajo: "Yo hago fotos por tu culpa". No me pareció que mentía.

Su reflexión de la fotografía queda plasmada en las últimas líneas de su vídeo-narración expuesto en el museo. Es casi un manifiesto en el que estoy de acuerdo al 100%.

La fotografía nos lleva al otro lado de la vida.


Y allí, atrapados en su mundo de luces y sombras,


siendo sólo presencia, también vivimos.


Inmutables. Sin penas.


Redimidos nuestros pecados.


Por fin domesticados. Congelados.


Al otro lado de la vida,


de donde no se vuelve.

Eso pienso yo cuando me acuerdo de momentos felices, como los vividos este verano con Raquel y Sacri en las tabernas de Taormina (Sicilia), con una cerveza fría y una pizza ante nosotros, con todas las vacaciones por delante y ninguna preocupación en el horizonte. De esas fotos que hizo Raquel, con la barba de tres días y el rostro relajado de quien se sabe a salvo del estrés de la rutina, de aquellos días a los pies del Etna, ya no volveremos. De alguna manera los tres seguimos vivos en ellas, congelados, al otro lado de la vida, de donde no se vuelve. Esos que estuvieron allí, viendo como ardía un monte lejano, esos ya no regresarán jamás.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Errancias


Soy el frío de Auschwitz, la brisa del Egeo, la bruma de Londres. Soy los neones de Berlín, el castillo de Praga, una gárgola en París. Soy una barba que pincha, un libro de bolsillo, dos ojos cansados ante el espejo. Soy un grito de gol, un gesto de desprecio, a veces una sonrisa. Soy un retrato en blanco y negro, una taza de café, el primer beso. Soy mi guitarra Epiphone, un periódico bajo el brazo, un sábado de invierno en el sofá. Soy humo de refinería, un balón de baloncesto que no entra, el miedo a volar. Soy el estruendo de Madrid, el tacto de mi almohada, macarrones con tomate. Soy una cena entre amigos, un trago de vino, una canción de los Beatles. Soy el recuerdo de mi abuela Candelas, el viento del Cabo de Hornos, una playa en las islas griegas. Soy la mitad de Raquel, un pijama usado, una noche sin dormir, un músculo dolorido, una herida sin cicatriz, un cuerpo de anciano, un árbol sin hojas, un cristal mojado por la lluvia del invierno.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Pieces of Albion







"Good morning, Sir", dice este portero inglés bajo su bombín. Te abre la puerta. Dentro, sobredosis british. Madera antigua, moqueta, cuadros de premios Nobel, retratos de primeros ministros de varios países, olor a rancio, buenos modales, libros con lomo de cuero y letras doradas, aquí vivió Tolkien, aquí se enamoró Evelyn Waugh, aquí durmió Lawrence de Arabia. Eso es Oxford: tradición, tradición, tradición. Un potentado inglés al borde de la muerte quiso dejar parte de su fortuna (dos millones de libras) al que había sido su 'college' en sus años universitarios, algo que te marca de por vida. Sólo puso una condición: que repararan el legendario reloj de sol que, en la fachada del elitista colegio 'All Souls', lleva dando mal la hora desde hace 800 años. El director de la institución, ofendido, despreció la oferta: "Ese reloj lleva dando mal la hora 800 años y así seguirá 800 años más".



En sus aulas hasta yo sería un buen estudiante. Estas fotos las hice este martes en una visita contrarreloj. Pero algún día volveré a sus calles llenas de musgo y recuerdos.


martes, 4 de noviembre de 2008

Esas ciudades con dos caras


Hay ciudades con dos caras. A veces tiene que ver con la diferencia de barrios, unos bellos, antiguos, con clase, otros nuevos, de edificios repetitivos, de aburrida uniformidad. Otras veces los rostros de esa ciudad y sus cambios tienen que ver con el estado anímico de la gente, o con la disposición de esta para abrirse a los demás. Y luego está Londres. Hace cinco años me presenté allí en pleno diciembre. Me pareció la ciudad más triste y gris que había visto en mi vida (luego visitaría Berlín). El que anocheciera a las cuatro de la tarde no ayudaba, igual que sus precios inaccesibles a los viajeros 'low cost', igual que esa lluvia incesante. No me enteré de nada, ni me pareció acogedora, ni me gustó lo más mínimo. Meses después tuve que volver para realizar un reportaje. Ya no era la misma. La primavera la transformó, le dio color, el sol la hizo más amable, la gente sonrió y yo, al fin, me sentí uno más en sus calles.


Esta foto oscura y gris es, como no, del primero de los viajes, de la parte sur de Londres, a medio camino entre la Tate Modern y la zona de Elephant&Castle.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Fantasmas en Praga


Me cuentan que ambos coincidieron en Praga durante una fracción de tiempo. Uno como desertor, huyendo del servicio militar que ensombrecía su futuro como artista. El otro, prisionero en su castillo (vivía en el número 22 de una callecita de orfebres en su interior), imaginando fábulas de terror en las que, sin cadenas físicas, era incapaz de escapar del ambiente deprimente que le rodeaba. Kafka escribía sus historias de opresiva incomprensión mientras que Hitler, recién llegado de Múnich en 1909, pretendía reinventar el arte con sus pinceles. No hay constancia de que se conocieran, pero el círculo bohemio de Praga no era tan amplio para que al mejor novelista local le pasara desapercibido un pintor austriaco delgaducho, espigado e histriónico que frecuentaba los mismos cafés que él. De hecho, así lo describe en sus diarios, aunque sin citar su nombre. Aunque ambos han muerto, uno percibe en las calles de Praga la presencia de Frank Kafka, recostado sobre el puente vestido con su traje barato y su sombrero borsalino. Si uno de fija, también puede sentir al joven Hitler, vendiendo sus acuarelas a los turistas bajo el arco de la pólvora, mascando su frustración, maldiciendo a los que impidieron su acceso a la Academia de Bellas Artes de Viena, su trampolín para convertirse en uno de los artistas imprescindibles del siglo XX.

Como no pasó a la historia como pintor, se desquitó como el dictador más sanguinario que el ser humano haya conocido.


Esta imagen está tomada, una noche de invierno en el puente de Carlov, bajo la protección del castillo en el que vivió Kafka.

miércoles, 29 de octubre de 2008

Un destello en la oscuridad


Hace frío ahí fuera. Sobre todo cuando estás solo y todo es oscuridad a tu alrededor, cuando no conoces el terreno que pisas, cuando cualquier ruido supone una amenaza, cuando la confianza es una quimera. Las ciudades son un campo de batalla de furia incontenible. Busca refugio al lado del fuego, tápate con la manta, cierra las ventanas. Shhhhh. No hagas ruido. No los despiertes. Hay veces que el único consuelo es el sonido de la lluvia, la luz de una vela, el recuerdo del beso de una madre. Somos niños de por vida y tenemos miedo porque el mundo es implacable e injusto. Hubo una época en la que aparentaba saberlo todo, en la que pretendía pasar por un tipo duro, en la que no me importaba sacar los codos. Sólo para combatir el miedo. Coges la cámara y todo en la vida es oscuro a través del objetivo. Pero una vez miré a mi alrededor y me cegó un destello de luz. Eso te cambia la vida.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Big Bécares


Le recuerdo recostado en los cojines del Café del Mar de Santorini con cara de satisfecho, disfrutando de un mojito, entornando los ojos para ver mejor la puesta de Sol, con barba de tres días y el brazo por encima del hombro de su chica. "Me lo merezco", parecía decir su mirada. Después de un año en el que trabajó como un cabrón Big Bobby se merecía eso y mucho más. Parecía un Pachá ante su corte. Siguiendo su trabajo uno tiene la sensación de que está ante uno de los pocos periodistas que aún no han sucumbido a quedarse con la triste rueda de prensa, con la nota de agencia, con el todo vale de google. Cómo me gustaría trabajar junto a él. Bobby sigue en contacto con la calle porque él es la calle. Dejar de sentir el asfalto sería negarse a sí mismo. Por eso me caer bien, porque no hay hipocresía en su trabajo ni estafa en su persona. Bobby no entiende de poses ni corazas. Como dice Monsieur Gómez, tenían que fabricar su corazón en serie. A sus pies me tiene.


La foto se la hice en Benicàssim una tarde color cerveza.

lunes, 13 de octubre de 2008

Al otro lado del mundo


Es el lugar más lejano al que he viajado y puede que nunca consiga ir más allá, pero prometo que lo intentaré. Se llama Cabo de Hornos y sólo con mencionarlo a los marinos se les hiela la sangre. Su leyenda se basa en números: 800 barcos hundidos en sus dominios, 160 kilómetros por hora de viento en un día navegable, olas de hasta 10 metros, las cuatro estaciones del año en cinco minutos... Es el sueño y la pesadilla de los viejos lobos de mar, el tatuaje de los audaces, la rotonda marina que te da derecho a llevar un anillo de pirata en la oreja derecha (la izquierda es para el Cabo de Buena Esperanza). La travesía previa entre las islas fue tranquila, pero la tormenta nos esperaba al otro lado. Después de desembarcar cerca de su espolón afilado, conocimos al alcalde de mar y su esposa, dos almas que, además de gobernar el faro y las comunicaciones de la isla para guiar a los barcos perdidos, su trabajo consiste en sellar nuestros pasaportes. La mujer, que se pasa meses sin recibir visitas en su prisión de agua, viento y tundra, se pintó los labios para recibirnos. Después, ya embarcados, le dimos la vuelta al cabo, pasamos del Atlántico al Pacífico y supimos lo que era navegar en aguas indómitas, las del tenebroso mar de Drake.


Esta foto retrata su albatros de metal, dedicado a los marineros muertos bajo sus aguas.

miércoles, 8 de octubre de 2008

Sangre de pescado


Después de dejar la parte occidental de la isla nos adentramos en su interior por las impresionantes autopistas que Sicilia tiene gracias a la caridad de la Unión Europea. A diferencia de la costa, se trata de un paisaje árido, montañoso y quemado por el sol. La carretera discurre elevada por pilares entre cerretes amarillos y pueblos abandonados. Antes de llegar al este, el Etna ya se asoma entre las nubes. Catania es la ciudad más importante de la zona. Fue allí donde pudimos dormir en el albergue de Hans, un simpático holandés dueño de un ala del antiguo palacio de los borbones españoles. Sus habitaciones, enormes salas con frescos en el techo, nos alojaron durante dos noches. Una mañana, paseando por el centro, nos encontramos con esto, su mercado diario de pescado, donde los precios cambian al minuto dependiendo de lo que se venda. Allí tomé la foto, con los pies manchados de sangre de pescado, entre los gritos de los tenderos, con una buena sobredosis de realidad siciliana en el objetivo de mi cámara.

lunes, 6 de octubre de 2008

Tormenta sobre Sicilia


Buena gente la de Sicilia. Si no fuera porque conducen como criminales sería una isla más amable, pero parece que la 'cosa nostra' cambió las pistolas por el volante. Alquilar un coche en el aeropuerto y dirigirse al centro de Palermo es también un viaje en el tiempo. Ni en mis peores pesadillas podía imaginarme una ciudad así. Lo mejor que se puede decir de ella es que es 'decadentemente caótica'. A mí me pareció un vertedero. No digo que no tenga zonas bonitas, pero es tanta la basura, la suciedad y el desdén de las autoridades que la impresión es lamentable. La mía lo fue. El puerto es feudo de la mafia. No la ves, pero está por todas partes recaudando el 'pizzo', extorsionando, dirigiendo mercancías falsas, gobernando barrios enteros. Nadie lo dice, pero todos trabajan para ella, sabiéndolo o sin saberlo. Esa es la cruz con la que cargan desde hace siglos. La 'cosa nostra' es el estado siciliano, un estado alternativo que surge en un lugar donde el estado italiano no llega. Es la Sicilia del Oeste. Una pena.

Fue salir del avispero palermitano y comenzar a disfrutar de Sicilia. En la imagen, la pequeña playa de Cefalú, un antiguo pueblo a pocos kilómetros de Palermo. La tormenta que se forma en las montañas del interior es la mejor metáfora de una mafia enquistada en un territorio de leyenda, una mafia que no permite avance alguno, que lastra cualquier intento de sus habitantes de abandonar el siglo XIX.


Mañana, la Sicilia del Este.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Bosques como luces de neón


Voy a contaros una historia triste. Sucede en estos bosques, en el sur de la Patagonia chilena, en la Tierra del Fuego. El comercio de pieles de castor era a finales del siglo XIX (y lo es aún hoy) un gran negocio. Los castores, roedores huidizos, sólo vivían en una estrecha franja de Groenlandia. Limitado su espacio y perseguidos por varias especies, era una especie que no abundaba. Los cazadores no lo tenían fácil para conseguir presas en ese territorio hostil. Así que a algún genio de los cojones se le ocurrió que podían criarlos en otras zonas del planeta con características climáticas similares. El drama se consumó en la Patagonia. Las empresas peleteras soltaron seis parejas. En pocos años, se multiplicaron como conejos en sus bosques vírgenes. Cambiaron su dieta. Si antes tenían que pelear por su alimento en Groenlandia, en la Tierra del Fuego se les brindaba sin esfuerzo. Cuando los cazadores vieron aquello, pensaron que iban a hacerse millonarios. Pero cuando analizaron los primeros 'colonos' de la Patagonia advirtieron que el cambio de dieta había provocado también un cambio en la piel en el animal, que había perdido calidad.
Cuando la piel de los castores patagónicos dejó de interesar, abandonaron a su suerte a los animales. Se olvidaron de ellos. Años después, estos roedores acababan con miles de árboles. Armados de dientes poderosos y de una cola aplastada como una pala, formaban sus presas y sus embalses de agua derribando bosques enteros. La catástrofe ecológica estaba en camino. Sin un depredador que acabara con ellos, se hicieron los reyes del sur de Chile y Argentina.
Las autoridades advirtieron el problema pero apagaron el fuego con gasolina: a otro genio se le ocurrió introducir a su depredador natural, trasladado también desde Groenlandia: el hurón. Los hurones se esfuerzan en su hábitat para cazar castores, animales desconfiados y rápidos. En la Patagonia los hurones se dieron cuenta de que no les convenía cazar castores. Tenían una colección de animales desconocidos sólo para ellos, dóciles y dispuestos a morir sin resistencia. El hurón terminó con varias especies de aves y dejó al límite de la extinción a otras muchas. Se comía sus huevos en los nidos. ¿Y el castor? Libre, tranquilo, conquistando terreno, talando a destajo.
¿La solución? La única manera de acabar con ellos, o de al menos intentar mermar su población, es comérselos. Hoy se ofrece carne de castor en los restaurantes de la Patagonia. Yo la probé. No es la mejor carne del mundo (está dura) pero es posible que así protejamos sus bosques. Bosques profundos, fríos, silenciosos. Bosques verdes como luces de neón.

Esta foto está tomada en un lugar llamado Bahía Ainsworth, en la Patagonia chilena.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Escapismo


A punto de entrar en una reunión de trabajo he recordado la promesa que me hice a mi mismo la primera vez que viaje por las islas griegas. Llegará el día en el que deje todo esto. Sólo lo sabré yo. Una mañana me echarán de menos en el curro, llamarán a mi casa, a mi móvil, preguntarán a mis amigos. Entonces se enterarán de que me fui para no volver. Esa será mi venganza. Podré un chiringuito en una playa perdida, atenderé a los pocos turistas que se acerquen por allí, pondré música de Bob Marley en el equipo del bar, jugaré con los clientes al ajedrez, beberé café frappe, saldré a correr por la orilla y la única conexión con el mundo será a través de internet.


Me llaman. Es la hora de la reunión.

lunes, 22 de septiembre de 2008

De vuelta


Ya estoy de vuelta con más recuerdos que fotos. Es lo bueno de los viajes, que tienen tres fases a cual mejor. En la primera, en la que eliges el destino y la duración, la ilusión se dispara. Y más si la compañía es excelente, como fue el caso. En la segunda fase, disfrutas del viaje tal cual, con sus momentos buenos y malos, con sus madrugones, largas travesías en barco, conductores suicidas por las carreteras, cabreos pasajeros y enfermedades ocasionales. Por último, uno saborea los recuerdos, mitifica lo mejor, olvida lo negativo y promete volver a aquella playa lejana, a aquel palacio de reyes en ruinas donde pasó una noche, a ese chiringuito para reirse con Christos y Yannis mientras bebe una cerveza bien fría.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Raza de esclavos


Debajo de mi casa hay un taller de chinos. También hay un piso en el que suena el teléfono cada pocos segundos durante las 24 horas del día. Yo creo que es una línea erótica, pero eso es otra historia. Vamos con los chinos. Dicen que este país se convertirá en la mayor potencia económica mundial y sustituirá a EEUU en el primer puesto de la supremacía imperial. Actitudes imperialistas, desde luego, ya tiene. Qué se lo digan a los tibetanos. ¿Verdad, Sofía de Juan? Lo que yo no creo es que tengan mentalidad de capataces, sino de esclavos. Sólo hay que verlos currar en sus tiendas, trabajando 16 horas al día los 365 días del año para pagar a las mafias, metidos en sótanos llenos de máquinas de coser y tostadoras de CD para alimentar la piratería. Este neón destaca en la fachada. No se qué es lo que pone, pero imagino que busca reclutar nuevos jornaleros para las factorías ilegales de las triadas chinas.


Ni los veo como los nuevos dueños del mundo ni me gustaría estar en su pellejo.

lunes, 19 de mayo de 2008

Coprófagos televisivos


Los programadores han convertido a los televidentes en coprófagos, auténticos comedores de caca catódica, basureros voluntarios de ese estercolero nacional que es la tele que nos merecemos. Porque nos la merecemos, coño. La televisión actual mide la bajeza moral de nuestra sociedad, la podredumbre intelectual, la condición miserable de nuestros políticos, la capacidad tan española para la mofa con el más débil. La tele es el espejo de una sociedad enferma llena de caínes y desmemoriados hijosdelagranputa. Cuando era niño y llegaba a casa, me encontraba dibujos animados, Barrio Sésamo o cualquier otro programa educativo e inocuo para los más pequeños. Ahora el televisor hiede. Las familias se desmembran ante nuestros ojos, maridos amenazan a sus mujeres mientras el director del programa grita a la presentadora por el pinganillo que quiere más acción, vídeos de ejecuciones en directo en Telecinco, manipulación a la carta en Antena 3, una noticia en La Sexta que se ríe de un grupo de personas discapacitadas, un presentador en Cuatro que pretende convencernos de que votar a determinado partido es bueno para todos los españoles. Y eso, sin hablar de las autonómicas. Dicen que un país tiene a los políticos que se merece. Y la televisión, añado yo.


Por cierto, esta tele de Tim Burton me la encontré dando una vuelta por la feria ARCO.

martes, 13 de mayo de 2008

Sólo el penitente pasará




Sé que hay apóstoles de la fotografía digital que siguen profetizando el final del carrete en blanco y negro. Espero que se equivoquen. Ninguna cámara digital, ningún programa de retoque y ninguna impresora pueden igualar la textura, las escalas de grises y esa perfecta imperfección que destila una foto realizada con el clásico tri-x 400 de Kodak, copiada por expertos en un laboratorio y enmarcada por un artesano. El resultado del digital es, en muchos casos, plano y decepcionante. En otros, cuando está tratado por un especialista, es demasiado bueno. Es como comparar el blanco y negro de 'La lista de Schindler' y el de 'Casablanca'. Nada que ver. El primero es fino y lleno de detalles, mientras el segundo es denso, contrastado, irreal, oscuro. Me gusta más el blanco y negro de antaño porque tiene un aroma especial, una textura distinta, inalcanzable para el Photoshop. No lo olvidemos: lo que en película es grano en digital es ruido.



Esta foto está hecha en carrete de toda la vida, con poca luz. No es una iglesia, ojo, sino el restaurante El Pecado, en Salamanca. Viéndola así, nadie se imaginaría que las paredes eran color fucsia. Parecía un rincón de la casa de Pedro Almodóvar llena de cristos y neones.

lunes, 12 de mayo de 2008

El retrato como terapia


Mira que me cuesta. La mayoría de mis fotos son paisajes vacíos, grandes angulares sin almas estorbando, sin ojos que miren, sin turistas. No me gusta sacar a nadie. Será que soy tímido, sufro una timidez enfermiza capaz de dejarme plantado en un sitio una hora hasta que el último japonés se quita de en medio y me deja la escena para mí solito. Sí, soy un cabrón egoísta, lo admito, aunque hay veces que me armo de valor, engancho la cámara y me pongo a hacer retratos como un loco para curarme ese mal tan mío. De cerca y con mucho flash. A esa chica, por ejemplo, le coloqué la cámara a un palmo de la cara. Como la tipa estaba de buen ver, aguantó el primer plano sin mayor problema. Lo bueno es que, además, así conoces gente. El propio Chema Madoz, maestro del detalle, me reconoció una vez que el fotografía cerillas para no tener que fotografiar personas. Le entiendo, aunque me quedo con la ‘frontalidad’ de otro genio al alcance de pocos: Alberto García Alix. Pero de las pesadillas de García Alix hablaremos otro día.

viernes, 9 de mayo de 2008

Esplendor en la hierba


Alucino con la gente. Llegan con sus mochilas en hordas, montan una tienda de campaña debajo de un olivo, beben hasta reventar, usan duchas comunales como las de las cárceles, sudan, se meten laxante y polvo matarratas por la nariz, degluten comida basura, duermen en el suelo polvoriento, vomitan, follan debajo del escenario si hace falta... Cómo no entiendo nada, llevo dos años acudiendo al FIB para desentrañar el misterio: ¿Es que los adolescentes son masocas?


Todavía no he dado con la respuesta, pero mientras la encuentro me echo unas risas con los colegas, me tomo unas birras, disfruto los conciertos y hago unas fotos.

jueves, 8 de mayo de 2008

Fronteras (III) La trinchera urbana


Ya no hay guerra en Irlanda del Norte. O eso dicen. Pero las cicatrices perviven en Belfast. Las trincheras son muros, casas derruidas, calles desérticas. A un lado, el barrio católico de Falls y sus referencias al IRA, sus 'héroes' fallecidos y sus años de plomo en los laterales de las viviendas de ladrillo rojo. Al otro, el fortín de Shankill Road, el bastión protestante: unas cuantas manzanas, algunas de ellas ya deshabitadas, donde la pobreza convive con el alcoholismo, el paro y el odio eterno al enemigo. Aquí también tienen 'héroes' y leyendas que contar. El conflicto se palpa: los niños de un barrio no juegan con los del otro. La calle es una frontera. La sede del Sinn Fein luce orgullosa sus banderas irlandesas. Al otro lado de la calzada, esta enorme Union Jack avisa al visitante de que, traspasado ese umbral, cambian las reglas, los amigos, los enemigos, los mensajes. Aquí eres bienvenido, aquí no. Así de simple. Blanco o negro. O estás conmigo o contra mí.


Cuidado al cruzar la calle.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Fronteras (II) Road to Fanore



Si alguna vez te persigue la policía, si tienes un sicario detrás de tus pasos, si quieres perderte o simplemente desaparecer durante un tiempo, no se me ocurre un lugar mejor. Lo encontré de casualidad, en un viaje a Irlanda que hicimos Luis Alemany, Quico Alsedo y un servidor en un coche alquilado. Partimos un día lluvioso desde Galway, en el oeste de la isla, y fuimos recorriendo la costa por una carretera infame pero vacía hacia la región de Connemara, la más bella de Irlanda. En medio de un paisaje rocoso, y flanqueados por la furia del Mar del Norte, una hora y media después llegamos a Fanore, una aldea de pescadores con seis casas y un modesto pub donde servían un delicioso guiso de carne a la cerveza Guiness. Por supuesto, no había televisión, ni cobertura en el móvil, ni mayor jaleo que el producido por una pequeña orquesta de músicos locales: violín, banjo y una especie de tambor celta. Pura alegría frente un mar indómito y oscuro, la última frontera en un paisaje desolado. La foto está tomada a sólo unos kilómetros del pueblo.

martes, 6 de mayo de 2008

Fronteras


Con el cine de Wim Wenders nunca se sabe. Para unos es un genio, para otros, un embaucador. Yo creo que tiene un poco de las dos cosas, pero le reconozco cierto talento para mostrarnos paisajes de esa otra América desconocida y fronteriza, vacía y extrema, de cementerios de coches, moteles con neones imposibles, gasolineras desvencijadas, granjas abandonadas, campos de trigo, boleras... Todo ello, con la influencia tangible de pintores realistas como los imprescindibles Edward Hopper y Andrew Wyeth, muy presente en 'París, Texas'. A mí siempre me han atraído esos parajes desolados en los que la huella del hombre ha quedado oxidada por el paso del tiempo. Por eso quise rendirle un homenaje a estos creadores con una foto que saqué en otro terreno fronterizo: la ciudad de Ushuaia, en la Tierra del Fuego, la más austral del mundo. En su bahía encontré un barco que llevaba años varado, como los coches oxidados de Wenders.

El sombrero de Mr Pain


Esta mañana Monsieur Pain hace lo que todas las mañanas. Se levanta a las 7:00 de la mañana, se mete en la ducha a las 7:05 y está, exactamente, 10 minutos bajo el agua. Ni más, ni menos. El café con leche lo toma a 74 grados de temperatura. Se viste con uno de sus trajes oscuros, todos iguales, todos a medida, se calza el sombrero, elige uno de sus tres abrigos grises, idénticos. Sale a la calle y recorre, insistiendo en dar el mismo número de pasos, la distancia que separa la plaza del Trocadero de París con su casa cerca del Arco del Triunfo. Compra un periódico, siempre el mismo, se sienta en la misma Brasserie y elige la misma mesa para sentarse. Mira a la misma chica coger el autobús a través del cristal a las 13:30. Come allí el mismo menú frugal de todos los días: una sopa de ajo y endivias gratinadas. Vuelve a casa, cuenta los pasos, pone la tele para disfrutar del programa que lleva en pantalla 25 años y no ha cambiado de presentador. Escucha 'Tu es partout' de Edith Piaf como hace todas las noches. Come una manzana. Se acuesta. Lee 40 páginas de las ya desgastadas 'Memorias de ultratumba' de Chateaubriand, terminado y vuelto a empezar 83 veces. Se duerme sin problemas. No sueña.


Esta mañana Monsieur Pain hace lo que todas las mañanas. Se levanta a las 7:00 de la mañana...

Ligeros de equipaje


Me sorprende que en un país culto como la Alemania de entreguerras se gestara un horror semejante, cómo pudo alcanzar el poder un genocida sin careta, cómo un pueblo apretó el botón para accionar la cámara de gas mientras brindaba con champán y cantaba 'Lily Marlen'. Pero más me sorprende cómo las víctimas, judíos en su mayoría, acataban las normas, subían a los trenes y acababan en los hornos crematorios sin mover un dedo, sin levantar la voz, sin revelarse contra la muerte. A los judíos holandeses, por ejemplo, les contaron que los trenes les llevaban a un lugar idílico llamado Kanada, un gran campo con parcelas cultivables, con centros de ocio, con grandes casas para cada una de las familias, donde nadie fuera diferente al otro, donde no brillara el doble rayo plateado de las SS. Nadie puso objeciones. Hicieron sus maletas, escribieron sus nombres con tiza para que luego les fueran repartidos sus bienes y subieron a los vagones de ganado. Acabaron en Auschwitz convertidos en ceniza. Esto es todo lo que quedó de ellos: bultos llenos de esperanza.

Rulos


¿Recordáis aquellos flashes que montaban los fotógrafos de las películas de gángsters? Esa especie de foco de coche sobre la cámara cuya bombilla saltaba dejando una nube de humo cuando el Al Capone de turno salía del calabozo y lo esperaban aquellos sufridos reporteros a la salida del juzgado. Como homenaje a los pioneros de la profesión, inauguro esta ventana con un retrato realizado con lo más parecido que se puede encontrar hoy a aquellos flashes explosivos de antaño. La chica salía de un camerino en Cibeles. Antes de chocarme con ella apreté el disparador y todo fue luz alrededor. La tipa, cegada, me miró de malos modos. No me dijo su nombre.

Ni falta que hace.

Aurora de dedos rosados


Me prometieron que los mejores cielos estaban en la Patagonia, en la Tierra del Fuego. Fui hasta allí con mi cámara a cazar lo que Homero llamó "la aurora de dedos rosados", esas formaciones nubosas que van enrojeciendo conforme el sol alcanza su ocaso. A pesar de que no soy muy amigo de fotografías de atardeceres (son un tópico), me encontré con buenas puestas de sol. Fundí varios carretes. Las últimas cinco fotos de uno de ellos, de vuelta a España, las gasté dando una vuelta por la zona sur de Puertollano, mi pueblo, un lugar abandonado en el que antes había minas de carbón y ahora sólo quedan cráteres desérticos y castilletes metálicos oxidados. Cuando me disponía a retirarme, el cielo me hizo un guiño. La aurora de dedos rosados apareció en el cielo a pocos metros de mi casa. Y yo que pensaba que tenía que recorrer medio mundo para esto...