miércoles, 21 de mayo de 2008

Raza de esclavos


Debajo de mi casa hay un taller de chinos. También hay un piso en el que suena el teléfono cada pocos segundos durante las 24 horas del día. Yo creo que es una línea erótica, pero eso es otra historia. Vamos con los chinos. Dicen que este país se convertirá en la mayor potencia económica mundial y sustituirá a EEUU en el primer puesto de la supremacía imperial. Actitudes imperialistas, desde luego, ya tiene. Qué se lo digan a los tibetanos. ¿Verdad, Sofía de Juan? Lo que yo no creo es que tengan mentalidad de capataces, sino de esclavos. Sólo hay que verlos currar en sus tiendas, trabajando 16 horas al día los 365 días del año para pagar a las mafias, metidos en sótanos llenos de máquinas de coser y tostadoras de CD para alimentar la piratería. Este neón destaca en la fachada. No se qué es lo que pone, pero imagino que busca reclutar nuevos jornaleros para las factorías ilegales de las triadas chinas.


Ni los veo como los nuevos dueños del mundo ni me gustaría estar en su pellejo.

lunes, 19 de mayo de 2008

Coprófagos televisivos


Los programadores han convertido a los televidentes en coprófagos, auténticos comedores de caca catódica, basureros voluntarios de ese estercolero nacional que es la tele que nos merecemos. Porque nos la merecemos, coño. La televisión actual mide la bajeza moral de nuestra sociedad, la podredumbre intelectual, la condición miserable de nuestros políticos, la capacidad tan española para la mofa con el más débil. La tele es el espejo de una sociedad enferma llena de caínes y desmemoriados hijosdelagranputa. Cuando era niño y llegaba a casa, me encontraba dibujos animados, Barrio Sésamo o cualquier otro programa educativo e inocuo para los más pequeños. Ahora el televisor hiede. Las familias se desmembran ante nuestros ojos, maridos amenazan a sus mujeres mientras el director del programa grita a la presentadora por el pinganillo que quiere más acción, vídeos de ejecuciones en directo en Telecinco, manipulación a la carta en Antena 3, una noticia en La Sexta que se ríe de un grupo de personas discapacitadas, un presentador en Cuatro que pretende convencernos de que votar a determinado partido es bueno para todos los españoles. Y eso, sin hablar de las autonómicas. Dicen que un país tiene a los políticos que se merece. Y la televisión, añado yo.


Por cierto, esta tele de Tim Burton me la encontré dando una vuelta por la feria ARCO.

martes, 13 de mayo de 2008

Sólo el penitente pasará




Sé que hay apóstoles de la fotografía digital que siguen profetizando el final del carrete en blanco y negro. Espero que se equivoquen. Ninguna cámara digital, ningún programa de retoque y ninguna impresora pueden igualar la textura, las escalas de grises y esa perfecta imperfección que destila una foto realizada con el clásico tri-x 400 de Kodak, copiada por expertos en un laboratorio y enmarcada por un artesano. El resultado del digital es, en muchos casos, plano y decepcionante. En otros, cuando está tratado por un especialista, es demasiado bueno. Es como comparar el blanco y negro de 'La lista de Schindler' y el de 'Casablanca'. Nada que ver. El primero es fino y lleno de detalles, mientras el segundo es denso, contrastado, irreal, oscuro. Me gusta más el blanco y negro de antaño porque tiene un aroma especial, una textura distinta, inalcanzable para el Photoshop. No lo olvidemos: lo que en película es grano en digital es ruido.



Esta foto está hecha en carrete de toda la vida, con poca luz. No es una iglesia, ojo, sino el restaurante El Pecado, en Salamanca. Viéndola así, nadie se imaginaría que las paredes eran color fucsia. Parecía un rincón de la casa de Pedro Almodóvar llena de cristos y neones.

lunes, 12 de mayo de 2008

El retrato como terapia


Mira que me cuesta. La mayoría de mis fotos son paisajes vacíos, grandes angulares sin almas estorbando, sin ojos que miren, sin turistas. No me gusta sacar a nadie. Será que soy tímido, sufro una timidez enfermiza capaz de dejarme plantado en un sitio una hora hasta que el último japonés se quita de en medio y me deja la escena para mí solito. Sí, soy un cabrón egoísta, lo admito, aunque hay veces que me armo de valor, engancho la cámara y me pongo a hacer retratos como un loco para curarme ese mal tan mío. De cerca y con mucho flash. A esa chica, por ejemplo, le coloqué la cámara a un palmo de la cara. Como la tipa estaba de buen ver, aguantó el primer plano sin mayor problema. Lo bueno es que, además, así conoces gente. El propio Chema Madoz, maestro del detalle, me reconoció una vez que el fotografía cerillas para no tener que fotografiar personas. Le entiendo, aunque me quedo con la ‘frontalidad’ de otro genio al alcance de pocos: Alberto García Alix. Pero de las pesadillas de García Alix hablaremos otro día.

viernes, 9 de mayo de 2008

Esplendor en la hierba


Alucino con la gente. Llegan con sus mochilas en hordas, montan una tienda de campaña debajo de un olivo, beben hasta reventar, usan duchas comunales como las de las cárceles, sudan, se meten laxante y polvo matarratas por la nariz, degluten comida basura, duermen en el suelo polvoriento, vomitan, follan debajo del escenario si hace falta... Cómo no entiendo nada, llevo dos años acudiendo al FIB para desentrañar el misterio: ¿Es que los adolescentes son masocas?


Todavía no he dado con la respuesta, pero mientras la encuentro me echo unas risas con los colegas, me tomo unas birras, disfruto los conciertos y hago unas fotos.

jueves, 8 de mayo de 2008

Fronteras (III) La trinchera urbana


Ya no hay guerra en Irlanda del Norte. O eso dicen. Pero las cicatrices perviven en Belfast. Las trincheras son muros, casas derruidas, calles desérticas. A un lado, el barrio católico de Falls y sus referencias al IRA, sus 'héroes' fallecidos y sus años de plomo en los laterales de las viviendas de ladrillo rojo. Al otro, el fortín de Shankill Road, el bastión protestante: unas cuantas manzanas, algunas de ellas ya deshabitadas, donde la pobreza convive con el alcoholismo, el paro y el odio eterno al enemigo. Aquí también tienen 'héroes' y leyendas que contar. El conflicto se palpa: los niños de un barrio no juegan con los del otro. La calle es una frontera. La sede del Sinn Fein luce orgullosa sus banderas irlandesas. Al otro lado de la calzada, esta enorme Union Jack avisa al visitante de que, traspasado ese umbral, cambian las reglas, los amigos, los enemigos, los mensajes. Aquí eres bienvenido, aquí no. Así de simple. Blanco o negro. O estás conmigo o contra mí.


Cuidado al cruzar la calle.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Fronteras (II) Road to Fanore



Si alguna vez te persigue la policía, si tienes un sicario detrás de tus pasos, si quieres perderte o simplemente desaparecer durante un tiempo, no se me ocurre un lugar mejor. Lo encontré de casualidad, en un viaje a Irlanda que hicimos Luis Alemany, Quico Alsedo y un servidor en un coche alquilado. Partimos un día lluvioso desde Galway, en el oeste de la isla, y fuimos recorriendo la costa por una carretera infame pero vacía hacia la región de Connemara, la más bella de Irlanda. En medio de un paisaje rocoso, y flanqueados por la furia del Mar del Norte, una hora y media después llegamos a Fanore, una aldea de pescadores con seis casas y un modesto pub donde servían un delicioso guiso de carne a la cerveza Guiness. Por supuesto, no había televisión, ni cobertura en el móvil, ni mayor jaleo que el producido por una pequeña orquesta de músicos locales: violín, banjo y una especie de tambor celta. Pura alegría frente un mar indómito y oscuro, la última frontera en un paisaje desolado. La foto está tomada a sólo unos kilómetros del pueblo.

martes, 6 de mayo de 2008

Fronteras


Con el cine de Wim Wenders nunca se sabe. Para unos es un genio, para otros, un embaucador. Yo creo que tiene un poco de las dos cosas, pero le reconozco cierto talento para mostrarnos paisajes de esa otra América desconocida y fronteriza, vacía y extrema, de cementerios de coches, moteles con neones imposibles, gasolineras desvencijadas, granjas abandonadas, campos de trigo, boleras... Todo ello, con la influencia tangible de pintores realistas como los imprescindibles Edward Hopper y Andrew Wyeth, muy presente en 'París, Texas'. A mí siempre me han atraído esos parajes desolados en los que la huella del hombre ha quedado oxidada por el paso del tiempo. Por eso quise rendirle un homenaje a estos creadores con una foto que saqué en otro terreno fronterizo: la ciudad de Ushuaia, en la Tierra del Fuego, la más austral del mundo. En su bahía encontré un barco que llevaba años varado, como los coches oxidados de Wenders.

El sombrero de Mr Pain


Esta mañana Monsieur Pain hace lo que todas las mañanas. Se levanta a las 7:00 de la mañana, se mete en la ducha a las 7:05 y está, exactamente, 10 minutos bajo el agua. Ni más, ni menos. El café con leche lo toma a 74 grados de temperatura. Se viste con uno de sus trajes oscuros, todos iguales, todos a medida, se calza el sombrero, elige uno de sus tres abrigos grises, idénticos. Sale a la calle y recorre, insistiendo en dar el mismo número de pasos, la distancia que separa la plaza del Trocadero de París con su casa cerca del Arco del Triunfo. Compra un periódico, siempre el mismo, se sienta en la misma Brasserie y elige la misma mesa para sentarse. Mira a la misma chica coger el autobús a través del cristal a las 13:30. Come allí el mismo menú frugal de todos los días: una sopa de ajo y endivias gratinadas. Vuelve a casa, cuenta los pasos, pone la tele para disfrutar del programa que lleva en pantalla 25 años y no ha cambiado de presentador. Escucha 'Tu es partout' de Edith Piaf como hace todas las noches. Come una manzana. Se acuesta. Lee 40 páginas de las ya desgastadas 'Memorias de ultratumba' de Chateaubriand, terminado y vuelto a empezar 83 veces. Se duerme sin problemas. No sueña.


Esta mañana Monsieur Pain hace lo que todas las mañanas. Se levanta a las 7:00 de la mañana...

Ligeros de equipaje


Me sorprende que en un país culto como la Alemania de entreguerras se gestara un horror semejante, cómo pudo alcanzar el poder un genocida sin careta, cómo un pueblo apretó el botón para accionar la cámara de gas mientras brindaba con champán y cantaba 'Lily Marlen'. Pero más me sorprende cómo las víctimas, judíos en su mayoría, acataban las normas, subían a los trenes y acababan en los hornos crematorios sin mover un dedo, sin levantar la voz, sin revelarse contra la muerte. A los judíos holandeses, por ejemplo, les contaron que los trenes les llevaban a un lugar idílico llamado Kanada, un gran campo con parcelas cultivables, con centros de ocio, con grandes casas para cada una de las familias, donde nadie fuera diferente al otro, donde no brillara el doble rayo plateado de las SS. Nadie puso objeciones. Hicieron sus maletas, escribieron sus nombres con tiza para que luego les fueran repartidos sus bienes y subieron a los vagones de ganado. Acabaron en Auschwitz convertidos en ceniza. Esto es todo lo que quedó de ellos: bultos llenos de esperanza.

Rulos


¿Recordáis aquellos flashes que montaban los fotógrafos de las películas de gángsters? Esa especie de foco de coche sobre la cámara cuya bombilla saltaba dejando una nube de humo cuando el Al Capone de turno salía del calabozo y lo esperaban aquellos sufridos reporteros a la salida del juzgado. Como homenaje a los pioneros de la profesión, inauguro esta ventana con un retrato realizado con lo más parecido que se puede encontrar hoy a aquellos flashes explosivos de antaño. La chica salía de un camerino en Cibeles. Antes de chocarme con ella apreté el disparador y todo fue luz alrededor. La tipa, cegada, me miró de malos modos. No me dijo su nombre.

Ni falta que hace.

Aurora de dedos rosados


Me prometieron que los mejores cielos estaban en la Patagonia, en la Tierra del Fuego. Fui hasta allí con mi cámara a cazar lo que Homero llamó "la aurora de dedos rosados", esas formaciones nubosas que van enrojeciendo conforme el sol alcanza su ocaso. A pesar de que no soy muy amigo de fotografías de atardeceres (son un tópico), me encontré con buenas puestas de sol. Fundí varios carretes. Las últimas cinco fotos de uno de ellos, de vuelta a España, las gasté dando una vuelta por la zona sur de Puertollano, mi pueblo, un lugar abandonado en el que antes había minas de carbón y ahora sólo quedan cráteres desérticos y castilletes metálicos oxidados. Cuando me disponía a retirarme, el cielo me hizo un guiño. La aurora de dedos rosados apareció en el cielo a pocos metros de mi casa. Y yo que pensaba que tenía que recorrer medio mundo para esto...