viernes, 26 de septiembre de 2008

Bosques como luces de neón


Voy a contaros una historia triste. Sucede en estos bosques, en el sur de la Patagonia chilena, en la Tierra del Fuego. El comercio de pieles de castor era a finales del siglo XIX (y lo es aún hoy) un gran negocio. Los castores, roedores huidizos, sólo vivían en una estrecha franja de Groenlandia. Limitado su espacio y perseguidos por varias especies, era una especie que no abundaba. Los cazadores no lo tenían fácil para conseguir presas en ese territorio hostil. Así que a algún genio de los cojones se le ocurrió que podían criarlos en otras zonas del planeta con características climáticas similares. El drama se consumó en la Patagonia. Las empresas peleteras soltaron seis parejas. En pocos años, se multiplicaron como conejos en sus bosques vírgenes. Cambiaron su dieta. Si antes tenían que pelear por su alimento en Groenlandia, en la Tierra del Fuego se les brindaba sin esfuerzo. Cuando los cazadores vieron aquello, pensaron que iban a hacerse millonarios. Pero cuando analizaron los primeros 'colonos' de la Patagonia advirtieron que el cambio de dieta había provocado también un cambio en la piel en el animal, que había perdido calidad.
Cuando la piel de los castores patagónicos dejó de interesar, abandonaron a su suerte a los animales. Se olvidaron de ellos. Años después, estos roedores acababan con miles de árboles. Armados de dientes poderosos y de una cola aplastada como una pala, formaban sus presas y sus embalses de agua derribando bosques enteros. La catástrofe ecológica estaba en camino. Sin un depredador que acabara con ellos, se hicieron los reyes del sur de Chile y Argentina.
Las autoridades advirtieron el problema pero apagaron el fuego con gasolina: a otro genio se le ocurrió introducir a su depredador natural, trasladado también desde Groenlandia: el hurón. Los hurones se esfuerzan en su hábitat para cazar castores, animales desconfiados y rápidos. En la Patagonia los hurones se dieron cuenta de que no les convenía cazar castores. Tenían una colección de animales desconocidos sólo para ellos, dóciles y dispuestos a morir sin resistencia. El hurón terminó con varias especies de aves y dejó al límite de la extinción a otras muchas. Se comía sus huevos en los nidos. ¿Y el castor? Libre, tranquilo, conquistando terreno, talando a destajo.
¿La solución? La única manera de acabar con ellos, o de al menos intentar mermar su población, es comérselos. Hoy se ofrece carne de castor en los restaurantes de la Patagonia. Yo la probé. No es la mejor carne del mundo (está dura) pero es posible que así protejamos sus bosques. Bosques profundos, fríos, silenciosos. Bosques verdes como luces de neón.

Esta foto está tomada en un lugar llamado Bahía Ainsworth, en la Patagonia chilena.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Escapismo


A punto de entrar en una reunión de trabajo he recordado la promesa que me hice a mi mismo la primera vez que viaje por las islas griegas. Llegará el día en el que deje todo esto. Sólo lo sabré yo. Una mañana me echarán de menos en el curro, llamarán a mi casa, a mi móvil, preguntarán a mis amigos. Entonces se enterarán de que me fui para no volver. Esa será mi venganza. Podré un chiringuito en una playa perdida, atenderé a los pocos turistas que se acerquen por allí, pondré música de Bob Marley en el equipo del bar, jugaré con los clientes al ajedrez, beberé café frappe, saldré a correr por la orilla y la única conexión con el mundo será a través de internet.


Me llaman. Es la hora de la reunión.

lunes, 22 de septiembre de 2008

De vuelta


Ya estoy de vuelta con más recuerdos que fotos. Es lo bueno de los viajes, que tienen tres fases a cual mejor. En la primera, en la que eliges el destino y la duración, la ilusión se dispara. Y más si la compañía es excelente, como fue el caso. En la segunda fase, disfrutas del viaje tal cual, con sus momentos buenos y malos, con sus madrugones, largas travesías en barco, conductores suicidas por las carreteras, cabreos pasajeros y enfermedades ocasionales. Por último, uno saborea los recuerdos, mitifica lo mejor, olvida lo negativo y promete volver a aquella playa lejana, a aquel palacio de reyes en ruinas donde pasó una noche, a ese chiringuito para reirse con Christos y Yannis mientras bebe una cerveza bien fría.