lunes, 15 de diciembre de 2008

Por 30 monedas de plata


Por 30 monedas de plata, 30 cochinas monedas de plata, Judas vendió a Cristo, pero nunca cobró la recompensa. "Roma no paga a traidores". La avaricia, uno de los siete pecados capitales, golpea con dureza a los usureros. Vivimos tiempos sin reglas, sin moral, sin valores. Wall Street es una cueva de bandidos con corbata. Todos sufragamos su falta de escrúpulos con la amenaza de que si no lo hacemos el mundo será un lugar mucho peor. Pues que lo sea, es lo que nos merecemos. La ingeniería financiera, una cortina de humo para esconder sus fraudulentas actividades, entronca a estos miserables con la mejor tradición de Al Capone, Jimmy Hoffa o Lucky Luciano. La nueva mafia de Nueva York, que expande su metástasis por todo el mundo, construye su castillo de naipes para defender sus fortunas. Los directivos de AIG, la mayor aseguradora de EEUU, llevaron a la quiebra a millones de clientes con sus decisiones suicidas. El Gobierno de Bush salió al rescate con una inyección más propia de un país estalinista. Los brahamanes de AIG celebraron la llegada del dinero en el spa de un hotel de lujo, con señoritas untándoles chocolate por todo el cuerpo mientras comían caviar. Esa tarde se gastaron buena parte de la ayuda, que salió del bolsillo de los estadounidenses. Lehman Brothers, un banco que había resistido a la Gran Depresión y a dos guerras mundiales, no aguantó el envite. Mejor así. Cae porque merece caer.
Pero que nadie se engañe. Tan culpables como los bancos son aquellos que compraron pisos falsificando su nómina de 700 euros al mes, los que se creyeron la gran mentira: "Alquilar es tirar el dinero. Comprar un piso es invertir. Luego vendes ese y te compras otro más grande, y luego otro, y otro...". Así, hasta ser propietario del castillo del Conde Drácula. Siempre he entendido que la gente compraba pisos para vivir, como mis padres y mis abuelos antes que yo. Por eso nunca comprendí que no sólo especulara el ladrón de toda la vida, el alcalde de turno, el buscavidas sin estudios, el constructor sin escrúpulos del pueblo. Pero lo hicieron mi vecino, mi primo, mi amigo y hasta el tonto del pueblo, que compraron pisos a pares para hacer negocio, hundir a las familias que realmente los necesitaban y subieran el valor del aire hasta convertirlo en oro. Por eso digo que la crisis es necesaria, incluso aunque la sufran los que no deben. Todos somos culpables, los que cuentan las mentiras y los que se las creen. Por especuladores, por ladrones, por pasarnos de listos, por avariciosos, por caínes, por hijos de la gran puta.
Yo digo que la crisis mola. A cada cerdo le llega su sanmantín, se llame Botín o Maripuri, la vecina del tercero.
La foto del cerdito, metáfora del especulador arruinado, la hice en la legendaria cocina de Casa Lucio.

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