jueves, 8 de enero de 2009

El agrio sabor de la bronca


Es uno de los lugares más bizarros en los que me he metido. Se llama el Auténtico Club de la Lucha (The Real Fight Club) y está en Londres. Se trata de una cofradía de ejecutivos y profesionales liberales ingleses que curan su estrés a base de golpes. Como en la célebre película de Norton y Pitt, no hay ganador ni perdedor, sólo violencia, sudor y un extraño compañerismo. Alan, el responsable de todo el circo, me sentó en primera fila. Llevaba mi Nikon F80 con carretes en blanco y negro. Tuve que forzar la película a 1.600 y esperar a que corriera la sangre. Los contendientes, doctores y abogados, no se dejeban nada en el tintero. No he visto a nadie pegarse con tanta furia. El olor de la pelea impregnaba el teatro abandonado en el que nos encontrábamos. Los pocos asistentes, amigos de los boxeadores en su mayoría, berreaban como hooligans. En el cuadrilátero, huérfanos de cualquier técnica defensiva, los púgiles se atizaban golpes terribles en la cara. Lo que más me llamó la atención fue los temblores que padecían después de pelear, con la cara desencajada, las piernas flojas y una sonrisa nerviosa en el rostro. Uno de ellos, diseñador gráfico de profesión, me dijo: "No se si volveré a pelear, pero puedo asegurarte que estos han sido los momentos más emocionantes de mi vida".

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